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bajo la torre les despertaría cierta sensibilidad a ese principio de justicia del que había
hablado el maestro Palaemon, y porque sería la mejor manera de asegurar que se
cumpliese la orden que pensaba impartir, prohibiendo la tortura. Es improbable que a
quien haya pasado unos meses en el pavor de ese arte le moleste dejarlo.
Pero sin decirle nada a Roche, le pedí que más tarde me trajera un hábito de aspirante
y con Drotte y Eata se prepararan para ayudarme a la mañana siguiente.
Poco después de vísperas volvió con la ropa. Quitarme el rígido traje que había estado
usando yvestirme de nuevo de £ulígeno fue un placer indescriptible. De noche, ese
oscuro abrazo es lo más parecido que conozco a la invisibilidad, y después de
escabullirme por una de las salidas secretas, me moví entre las torres como una sombra
que llegué al sector derrumbado del muro.
El día había sido cálido; pero la noche era fresca, y había niebla en la necrópolis, como
cuando yo había salvado a Vodalus saliendo de detrás de un monumento. El mausoleo
donde había jugado de niño estaba como lo había dejado, con la puerta atascada un
cuarto antes de cerrarse.
Llevaba una vela, y una vez dentro la encendí. Los bronces funerarios cuyo lustre yo
había mantenido en otro tiempo, estaban de nuevo verdes; por todas partes el viento
había repartido hojas, que nadie había pisado. Un árbol había metido una rama delgada
por entre los barrotes del ventanuco.
Quédate donde te pongo, que ningún extraño espíe. Sé como hierba a de otros, pero
no a los míos.
Quédate aquí a salvo, no te vayas, si viene una mano, engáñala, que extraños no lo
crean hasta que yo te vea.
La piedra era más pequeña y ligera de lo que yo recordaba. Debajo, la humedad había
deslucido la moneda; pero todavía estaba allí, y un momento después la tenía en la mano
y recordaba al niño que yo había sido, mientras a través de la niebla volvía conmovido al
muro roto.
Ahora he de pedirles, a ustedes que tantos desvíos y disgresiones me han perdonado,
que excusen una más. Es la última.
Hace unos días (es decir, mucho tiempo después de la conclusión real de los hechos
que me he puesto a narrar) me dijeron que un vagabundo se había presentado aquí, en la
Casa Absoluta, diciendo que me debía dinero y se negaba a pagárselo a cualquier otra
persona. Sospechando que iba a ver a algún viejo conocido, le dije al chambelán que me
lo trajera.
Era el doctor Talos. Tenía aspecto de hombre rico, y se había vestido para la ocasión
con un capote de terciopelo rojo y un chaleco de la misma tela. Seguía teniendo cara de
zorro embalsamado; pero por momentos me daba la impresión de que se le había filtrado
un atisbo de vida, de que algo o alguien oteaba a través de las gafas.
Os habéis superado dijo, y me saludó inclinándose hasta que la borla de la gorra
barrió la alfombra . Quizá recordéis que yo afirmé invariablemente que sería así. La
honradez, la integridad y la inteligencia no se pueden mantener sometidas.
Los dos sabemos que no hay nada más fácil de someter dije yo . Mi antiguo
gremio se encargaba de someterlas todos los días. Pero me alegra volver a verte, aun si
vienes como emisario de tu amo.
Por un momento pareció que no entendía. Ah, os referís a Calveros. No, me temo
que me ha despedido. Después de la batalla. Después de bucear en el lago.
Entonces crees que sobrevivió dije.
Vaya, estoy seguro de que sobrevivió. Vos no lo conocisteis como yo, Severian. Para
él respirar agua no habrá sido nada. ¡Nada! Tenía una mente maravillosa. Era un genio
supremo de una especie única: todo se le volvía hacia dentro. Combinaba la objetividad
del estudioso con el arrobamiento del místico.
Con lo cual interrumpí queréis decir que experimentaba consigo mismo.
Oh, no, en absoluto. ¡Él invirtió la cosa! Hay quienes experimentan con ellos mismos
para deducir alguna norma aplicable al mundo. Calveros experimentaba con el mundo, y
si puedo decirlo groseramente, gastaba los resultados en su persona. Dicen... aquí miró
nerviosamente en torno para asegurarse de que sólo yo lo oía ... dicen que soy un
monstruo, y es cierto. Pero Calveros era más monstruoso que yo. En cierto sentido era mi
padre, pero se había construido a sí mismo. Es ley de la naturaleza, y de aquello más alto
que la naturaleza, que cada criatura tenga un creador. Pero Calveros era su propio
creador; detrás de él estaba él, y así se separó de la línea que nos une a los demás con el
Increado. Pero me estoy desviando de mi asunto. El doctor llevaba en el cinto un saquito
de cuero escarlata. Aflojó las cuerdas y se puso a hurgar. Oí un tintineo metálico.
¿Ahora llevas dinero? pregunté . Antes se lo dabas todo a él.
La voz bajó hasta hacerse casi inaudible.
¿Vos no haríais lo mismo en mi situación actual? Ahora dejo monedas cerca del
agua, pequeñas pilas de aes y oricletas. Alzó la voz: No hace daño, y me recuerda
los grandes días. ¡Pero soy honrado!, ¿comprendéis? El siempre me lo exigió. Ytambién
él era honrado, a su manera. De cualquier modo, ¿os acordáis de aquella mañana, antes
de que cruzáramos la puerta? Yo estaba repartiendo los beneficios de la noche anterior
cuando nos interrumpieron. Quedaba una moneda, y te correspondía a ti. La guardé con
la idea de dártela después, pero me olvi dé, y cuando llegaste al castillo... Me miró de
soslayo. Pero a buenos negocios cuentas claras, como dicen, y aquí la tenéis.
La moneda era precisamente como la que yo había sacado de debajo de la piedra.
Ahora veis por qué no se la podía dar a vuestro hombre: seguro que me tomaría por
un loco.
Tiré la moneda al aire y la atrapé. Daba la sensación de que la habían engrasado
levemente. A decir verdad, doctor, nosotros no.
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