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acercaba ahora a ella, lo haría, ciertamente cuando se presentara a la entra da del
paso. En este sitio seríale imposible librarse de la visita presenta si quería salir del
Pamplico-Sound para ganar la alta mar.
Por lo demás, no parecía que quisiera evitarlo. ¿Estaban, pues, Tomás
Roch y Gaydón tan bien ocultos que los agentes del Estado no podrían
descubrirlos?
Así debía suponerse; pero tal vez el Conde de Artigas hubiera tenido menos
confianza de haber sabido que la Ebba había sido señalada de una manera especial
al crucero y a las chalupas de la aduana. Nada de extraño tenía esto. La ida del
extranjero a Healthful-House había llamado la atención sobre él. Realmente , el
Director no podía haber tenido ra zón alguna para sospechar los móviles de su visita.
No obstante, algunas horas después de su partida, el pensionista y su guardián
habían sido objeto de un rapto, y nadie había sido recibido en el pabellón 17 , ni se
había puesto en relación con Tomás Roch. Despertáronse, pues, las sospechas, y
la Administración se preguntó si no andaría en el negocio la mano de aquel
personaje. Observado el lugar, y reconocidos los alrededores del pabellón, ¿no
había podido el compañero del Conde de Artigas descorrer los cerrojos de la puerta ,
quitar la llave y, llegada la noche, entrar en el interior del parque y proceder al rapto
en condiciones relativamente fáciles, puesto que la goleta Ebba estaba anclada, a
dos o tres encabladuras de la muralla?
Estas suposiciones, que ni el Director ni el personal del establecimiento
habían hecho al principio, crecieron cuando se vio que la goleta levaba anclas y
maniobraba para ganar uno de los pasos del Pam-plico-Sound.
La, autoridades de New-Berne dieron, pues, orden al crucero Faldón y a las
embarcaciones de vapor de la aduana, para que siguieran a la goleta Ebba y para
detenerla antes de que franquease uno de los pagos, siendo sometida a un
minucioso registro. No se la concedería la libre plática mientras o se ad quiriese la
segundad de que ni Gaydón ni Tomás Roch iban a bordo de ella.
Seguramente, el Conde de Artigas no sospechaba que su yate había sido
señalado especialmente a los oficiales y a los agentes. Pero aun sabiéndolo, ¿le
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hubiera preocupado esto a aquel hombre de tan soberbio desdén y altivez?
A las tres de la tarde, la goleta, que estaba a me nos de una milla del paso te
Hatteras, maniobró para conservarse en el punto medio del paso.
Después de haber visitado algunas barcas de pesca, el Falcón la esperaba
en la entrada del sitio indicado. Según todas las probabilidades, la Ebba no tenía la
pretensión de pasar inadvertida ni de forzar la vela para sustraerse a las
formalidades que concernían a todos los navíos del Pamplico-Sound. Un simple
velero no hubiera podido escapar a la persecución de un barco de guerra, y si la
goleta -no obedecía la orden de ponerse al pairo, uno o dos pro yectiles hubiéranla
obligado a ello.
En aquel momento, una barca que conducía dos oficiales y diez marineros
se destacó del crucero y maniobró para cortar el paso a la Ebba.
El Conde de Artigas, desde el sitio que ocupaba en la popa, miró
despreocupadamente aque lla operación, después de haber encendido un cigarro
habano.
Cuando la barca estuvo a media encabladura , uno de los hombres se
levantó y agitó un pabellón.
- Señal de parada- dijo Serko.
-Efectivamente - respondió el Conde de Artigas.
-Se nos da orden de esperar.
-Esperemos...
El capitán Spada tomó en seguida sus disposiciones para ponerse al pairo.
El trinquete fue atravesado, lo mismo que la cangreja y los foques, mientras que el
punto de la mesana era levantado.
La goleta no tardó en quedar inmóvil, no experimentando más que la acción
de la marea descendente, que derivaba hacia el paso.
Con algunos golpes de remo, la chalupa del Falcón estuvo junto a la Ebba,
Un bichero la enganchó a los obenques del palo mayor. Fue echada la escala, y dos
oficiales, seguidos de ocho hombres , subieron al puente. Los otros dos marineros
quedaron al cuidado de la canoa.
La tripulación de la goleta se alineó en buen orden en la proa.
El oficial superior en grado avanzó hacia el propietario de la Ebba, que
acababa de levantarse para saludarle, y he aquí el diálogo que se cruzó entre ellos:
-Esta goleta , ¿pertenece al Conde de Artigas, ante el que tengo el honor de
encontrarme?
-Sí, señor.
-¿Se llama...?
-Ebba.
-¿La manda...?
-El capitán Spada.
-¿Su nacionalidad?
-Indomalaya.
El oficial miró el pabellón de la goleta, mientras el Conde de Artigas añadía:
-¿Puedo saber por qué motivo tengo el placer de verle a usted a bordo de mi
goleta?
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-Se ha dado orden-respondió el oficial-de visitar todos los navíos que estén [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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