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los pensamientos de ella se volvieron nuevamente hacia Jelerak.
Ha caído desde una gran altura dijo . No te pido que perdones lo que no te es
posible perdonar, pero recuerda que no siempre fue como es ahora. Hubo un tiempo
durante el que Selar y Jelerak llegaron incluso a ser amigos.
¿Un tiempo?
Luego se pelearon. Nunca llegué a saber por qué razón. Pero, aun así, fueron
amigos en los viejos días.
Dilvish, apoyándose en uno de los postes que sostenían el dosel de la cama, clavó la
mirada en su copa.
Eso hace nacer en mí un extraño pensamiento dijo.
¿Cuáles?
Cuando nos encontramos habría podido limitarse a echarme a un lado sin más
complicaciones..., matarme allí mismo, sumirme en un profundo sueño, desviar mi mente
de él como si no se encontrara allí. Me pregunto si... ¿Es posible que mi parecido con
Selar le hiciera ser tan particularmente cruel?
Semirama meneó la cabeza.
¿Quién puede saberlo? Me pregunto si incluso él conoce todas las razones que hay
para lo que hace.
Tomó un sorbo de vino y lo paladeó.
¿Las conoces tú? añadió, tragando el vino.
Dilvish sonrió.
¿Hay alguien que las conozca? Sé lo bastante de ellas como para satisfacer mi juicio
al respecto. El conocimiento perfecto se lo dejo a los dioses.
Muy generoso por tu parte dijo ella.
Se oyó un suave golpe en la puerta.
¿Sí? dijo Semirama.
Soy yo. Lisha.
Entra.
La mujer entró en la habitación, llevando algo envuelto en un chal de color verde.
¿Encontraste alguna?
Varias, en una habitación de arriba que uno de los otros me había enseñado.
Quitó el chai, revelando tres espadas.
Dilvish terminó su vino y dejó la copa. Fue hasta donde estaba Lisha y, por turno,
sopesó cada una de las armas.
Ésta es sólo para exhibición.
La dejó a un lado.
Ésta tiene una buena empuñadura, bastante protegida, pero la otra es un poco más
pesada y tiene una punta mejor. Aunque ésta es más afilada...
Hizo girar por el aire las dos espadas, probó ambas en sus respectivas vainas y acabó
decidiéndose por la segunda. Luego se volvió hacia Semirama y la abrazó.
Espera dijo . Ten preparadas algunas cosas para salir rápidamente de viaje.
¿Quién sabe qué desenlace acabará teniendo todo esto?
La besó y fue hacia la puerta.
Adiós dijo ella.
Mientras avanzaba por el vestíbulo, Dilvish se sintió poseído por una sensación
peculiar. Ahora no se oía ninguno de los crujidos y roces que antes habían resonado en el
lugar. Una quietud nada natural reinaba en todo el castillo, una espera tensa y vibrante,
como el silencio que hay entre los tañidos de una gran campana. La inminencia de algo
indefinible que iba a ocurrir era como una criatura eléctrica que pasara velozmente junto a
él; en su estela venía el pánico, y Dilvish luchó contra él sin comprenderlo, con su nueva
espada a medio desenvainar, los nudillos blancos al aferrar la empuñadura.
Baran lanzó una maldición por séptima vez y tomó asiento en el suelo, rodeado por su
parafernalia mágica. En sus ojos nacieron lágrimas de frustración que bajaron por los dos
lados de su nariz, extraviándose en su bigote.
¿Acaso no le era posible hacer hoy nada a derechas? Siete
veces había invocado elementales, les había dado su misión y los había enviado al
interior del espejo de Jelerak. Y cada uno de ellos se había desvanecido casi
inmediatamente. Ahora había algo que estaba manteniendo abierto el espejo. ¿Podía ser
Jelerak en persona, preparándose para volver? ¿No era quizá posible que Jelerak
apareciera dentro de él y saliera del marco en cualquier instante, sus viejos ojos clavados
sin pestañear en los de Baran, leyendo cada secreto de su alma como si éstos se hallaran
grabados en su frente?
Baran sollozó. Qué injusto era todo, verse sorprendido en plena traición antes de que
ésta pudiera ser llevada hasta una conclusión triunfante. Ahora, en cualquier momento...
Pero Jelerak no apareció detrás del cristal. El mundo todavía no había terminado.
Incluso era posible que otra fuerza fuera la responsable de la destrucción de sus
elementales.
Entonces, ¿qué?
Con un esfuerzo de voluntad, liberó su mente de todas esas emociones, obligándose a
pensar. Si no era Jelerak, entonces tenía que ser otra persona. ¿Quién?
Otro hechicero, por supuesto. Un hechicero poderoso. Uno que había decidido llegado
el momento de entrar en este lugar y hacerse cargo de él...
Con todo, el único rostro que le contemplaba desde el espejo era el suyo. ¿A qué
estaba esperando ese otro hechicero?
Sorprendente. Irritante. Si era un desconocido, ¿podría acaso hacer un trato con él?
Baran sabía mucho sobre este lugar. Y él también era un hechicero, y diestro... ¿Por qué
no ocurría algo?
Se frotó los ojos. Se puso en pie con un esfuerzo. El día había resultado muy poco
satisfactorio.
Fue hasta un pequeño ventanal y miró el exterior. Pasaron varios momentos antes de
que se diera cuenta de que algo no iba bien, y varios más antes de que comprendiera de
qué se trataba.
La tierra cambiante había dejado de cambiar, una vez más. La tierra estaba cubierta de
humo pero inmóvil y tranquila bajo la luna que corría por el cielo. ¿Cuándo había ocurrido
esto? No podía hacer mucho tiempo de ello...
Esta detención significaba otro tiempo de tranquilidad en la conciencia de Tualua.
Ahora podía ser muy bien el momento de actuar, de tomar el control de las cosas. Tenía
que bajar la escalera, apoderarse de esa perra que fue reina, llevarla a rastras hasta el
Pozo..., sí, antes de que alguien cruzara por el espejo y le tomara la delantera. Mientras
cruzaba apresuradamente la habitación, repasó en su mente el hechizo de dominio que
había perfilado.
Cuando alargaba la mano hacia la puerta sintió que le invadía una extraña tensión y
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