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como en la mía se refleja.
Espero, lector, que mientras dure nuestra tragedia, en algún entreacto, volvamos a encontrarnos. Y nos
reconoceremos. Y perdona si te he molestado más de lo debido e inevitable, más de lo que, al tomar la pluma
para distraerte un poco de tus ilusiones, me propuse. ¡Y Dios no te dé paz y sí gloria!
En Salamanca, año de gracia de 1912.
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