[ Pobierz całość w formacie PDF ]
-Verdaderamente -murmuró Juana-, me desconozco a mí misma; después de cuanto
me dicen, no logro cambiar mis ideas... Es más, estoy cada vez más decidida a no variar de
conducta...
Atravesando nuevamente la calle mayor del pueblo, Juana se dirigió hacia el centro, y
tropezó en su camino con varios carros de los llamados «barcos de la pradera», en los que se
transportaba trigo, harina y otras mercancías desde Sterling a Cottonwoods. Juana se echó a
reír de pronto al pensar que uno de los grandes almacenes del pueblo, a que estaban
destinadas aquellas mercancías, era suyo. El agua que corría cabe la senda, a sus pies, y daba
vida a los jardines y huertas, también era de ella, pues no porque la cediera gratuitamente
dejaba de ser (le su propiedad. Sin embargo, en aquella villa de Cottonwoods, que fundara su
padre y que ella seguía sosteniendo, no era dueña de sí misma, no podía elegir marido a su
gusto. Era solamente la hija de Withersteen, el mormón. ¿Y si probara que era hija suya en
todo, hasta en su genio dominador? Mas Juana ahogó al instante aquella tentación de su
orgullo.
Por fin, llegó al otro extremo del pueblo, donde moraban los gentiles, unas treinta
familias, en casuchas, cabañas y chozas. La situación de estos habitantes en Cottonwoods se
revelaba en sus viviendas. Agua, la tenían en abundancia, y, por lo tanto, poseían jardines v
pequeñas huertas llenos de hierba, árboles frutales y legumbres. Algunos de ellos tenían hasta
una o dos vacas, otros se ganaban míseramente la vida con los trabajos intermitentes que los
mormones les concedían de mala gana. Mas ninguna de las familias estaba en situación
próspera, muchas eran pobres y otras vivían tan sólo de la ayuda de Juana Withersteen.
Y si Juana se sentía feliz al mezclarse entre los suyos, entristecíase al ponerse en
contacto con los gentiles. Esto no era debido a que no le diesen la bienvenida, pues recibíanla
siempre muy agradecidas las mujeres y con manifestaciones de alegría los niños. Lo que la
hería siempre era su pobreza y su forzosa ociosidad, a la que iba unida la miseria y las penas.
Y ahora que podía aliviar a los pobres más que antes, ofreciéndoles el empleo de jinetes en su
Rancho, a causa del abandono de los jinetes mormones, dolíale mucho que, uno tras otro, los
gentiles se excusasen por falta de valor.
-No puede ser-dijo un gentil, Carson de nombre, que había conocido mejores tiempos-
. Hemos recibido un aviso categórico. Claro está que Judkins puede no hacer caso de las
amenazas, puesto que sabe manejar las armas, lo mismo que los diablos de muchachos que ha
tomado a su servicio. Están completamente solos y . no tienen ninguna responsabilidad. Pero,
¿es que nosotros podemos arriesgarnos a que nos quemen las casas durante nuestra ausencia?
Juana sintió que la invadía un intenso frío al oír las palabras de Carson.
-Oídme, Carson : vos v, los vuestros, ¿pagáis alquiler por estas casas? -preguntó ella.
44
Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
-Vos debéis de saberlo, señorita Withersteen. Algunas de ellas son vuestras.
-¿Que yo lo sé?... Carson, no he aceptado, en pago del alquiler, ni un solo día de
prestación personal; nunca admití ni un manojo de hierba, y mucho menos, dinero.
-Bivens, el encargado de vuestros almacenes, se cuida de eso.
-Escuchadme, Carson -exclamó Juana, enardecida-. Vos, Black y Willet podéis
recoger vuestras cosas e ir con vuestras familias a vivir a mis cabañas del bosque de álamos.
Son más cómodas que estas casuchas. Y desde allí podéis trabajar a mi servicio. Si sucediera
lo peor, yo os daré dinero..., oro suficiente para que podáis salir de Utah.
Carson empezó a balbucear palabras incoherentes; las lágrimas nublaron sus ojos, y
cuando, al fin, pudo hablar fue para pronunciar una maldición, expresando con ella el
profundo respeto y. el afecto que le merecía Juana Withersteen. Su mirada y el tono de su voz
le recordaban a Juana, extrañamente, a Lassiter.
-¡No, no, no..., imposible, no puede ser! -dijo Carson después de serenarse un poco-
Señorita Withersteen, existen cosas que ignoráis, y entre nosotros no hay nadie que pueda
decíroslas.
-Me parece que estoy aprendiendo muchas cosas, Carson. Bien, dejemos eso.
¿Queréis permitir que os ayude hasta que vengan tiempos mejores?
-Sí, lo permitiremos agradecidos -repuso el hombre, animándose-. Yo sé lo que es eso
para vos, y vos sabéis lo que significa para nosotros. Y si vienen esos tiempos mejores, me
sentiré feliz de poder trabajar para vos.
-Los tiempos mejorarán. Yo confío en Dios y tengo fe en los hombres. Buenos días,
Carson.
Y Juana se marchó para dirigirse a la más miserable de las chozas de los gentiles. Esta
choza hallábase ya fuera del pueblo, en medio de campos de alfalfa, sombreada por algunos
álamos de anchas copas. Al aproximarse Juana, la vio una niña, que dio un grito de alegría y
fue hacia ella corriendo. Era una nena de cuatro años, llamada Fay', de aspecto encantador, y
tan bella que más parecía un ángel que una criatura humana.
-Mamaíta te llama-gritó Fay cuando Juana la besó -, y tú no vienes nunca.
-No lo sabía, Fay, pero ahora ya estoy aquí.
Todos los niños de Cottonwoods, mormones y gentiles, eran amigos de Juana
Withersteen, y a todos los amaba ella, pero a la que más quería era a Fay. Ésta tenía pocos
[ Pobierz całość w formacie PDF ]